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jueves, 24 de octubre de 2024

Del Neuroma de Morton al fin de la España verdadera

Del Neuroma de Morton al fin de la España verdadera

Ya decía yo que aquí había algo sadomasoquista.


¿Por qué hemos llegado al neuroma de Morton? Porque Letizia tiene complejo de bajita. Y ¿por qué está acomplejada? Porque se sabe poca cosa y no se conforma con la realidad. Por no querer conformarse con lo que nos ha tocado en la vida, aparece la ambición, una ambición desmedida. Si sumamos a este vicio de la ambición desmedida la falta de escrúpulos y el narcisismo, que no es otra cosa que la falta de valores morales, es decir, falta de fe en lo trascendente, llegamos a un comportamiento bajo, simple, egoísta y autodestructor. Su ego es la medida de todas las cosas. Y eso nunca termina bien: Neuroma de Morton, zapato plano y besamanos en un taburete, porque la realidad funciona así, queramos o no.

El desorden en el pensamiento genera un desorden en la acción.

Letizia, como Sánchez, tiene una valoración de las cosas totalmente desordenada. Ponen por delante su ambición de poder que nace de su narcisismo, se creen que, siendo muy poderosos, dando gritos, órdenes y manotazos, quitando y poniendo personas, van a conseguir más poder, pero no es cierto. Deberían haber leído el Príncipe de Nicolás Maquiavelo, donde el autor explica lo que tiene que hacer una persona para llegar al poder y mantenerse en él. Y digo deberían porque ya es demasiado tarde para ambos. Como explicó Maquiavelo ya en el 1500, para mantenerse en el poder hace falta que la gente te quiera, si no, tarde o temprano caerás.

Después de 20 años en la Zarzuela ¿dónde está Letizia? Arrinconada  por la Casa Real, ridiculizada en la prensa internacional, encogida, disminuida, apartada del glamour de las revistas de papier couché que tanto deseaba, y defendida por cuatro cortesanos patéticos que le lamen las medias.

Como se ve bajita, se pone tacones telescópicos, y se genera una enfermedad que puede llevarla a las muletas o a la silla de ruedas. Es totalmente absurdo. Y llegamos a esto por un desorden en el pensamiento, provocado por unos valores morales equivocados. Importa más la imagen que el ser, el qué dirán que el honor, es preferir lo efímero a lo duradero.

Ahora, Letizia está ahí porque Felipe la escogió. Como tapadera o por amor, la realidad es que no fue una buena elección. Pero se entienden porque se reconocen de la misma esencia: sin escrúpulos, egoístas, mentirosos, desleales, traidores a sus promesas, hedonistas, oportunistas, aprovechados, utilizando siempre a los demás en su beneficio propio.

Letizia le sobaba la manga a su compinche Pedro Sánchez delante de todo el mundo, mostrando su complicidad con el que, en breve, será el primer presidente del gobierno imputado en numerosos delitos de corrupción, tráfico de influencias, abuso de poder, prevaricación, malversación de fondos públicos, como mínimo. ¿Qué tal se verá esa complicidad con un convicto? El tiempo lo dirá.

Pero, esos delitos escandalosos de la cúpula política que roba a España son peccata minuta  frente a los casos como el de Mario Biondo o de Sandra Mozarovsky. Porque, cuanto más subimos en el poder del Estado, más escalofriantes son las situaciones y las perversiones.

España y el mundo están contemplando cómo el gobierno es en realidad una banda organizada para delinquir y el capo se aferra al poder  gracias a su control de los servicios de seguridad, el Parlamento, los otros miembros del gobierno, una parte de la justicia y, por supuesto, los medios de comunicación. 

Que un poderoso se corrompa, es más que frecuente. Pero que unos simples presentadores de televisión de poca monta, sumisos y genuflexos, dediquen semanas a blanquear a un estafador descuartizador a costa de atacar sin reparo ni piedad a la misma víctima, es sin duda el espectáculo más vomitivo que he visto hasta la fecha y, lo malo, es que nos da una idea del estado de degeneración de la sociedad española, de su bajeza rastrera y su abyecta catadura moral.

No se trata, pues, sólo de la corrupción moral de la familia real española, y de la elite política, sino de la nación española toda, que es capaz de aplaudir la vileza, la mentira, la tergiversación y pedir más.