Después de trabajar treinta años en museos de arte, he llegado a la conclusión de que son un poderoso instrumento al servicio del poder, cuya misión principal es la de crear una imagen apropiada del Estado. Prácticamente no hay diferencia entre el uso de las imágenes por parte de la Iglesia para impresionar y adoctrinar a los creyentes en la Edad Media, la función de impacto sobre los posibles enemigos que cumplían en los palacios reales y el papel que desempeña, por ejemplo, el Museo del Prado en la imagen nacional del Gobierno español y, a nivel internacional. del Estado español.
Los directores se denominan conservadores, y como su nombre indica, son muy conservadores, no se arriesgan nunca y conservan muy bien, convirtiendo el museo en espacios intelectuales y científicos, muy aburridos para los no iniciados y, por tanto, elitistas.
Los museos están hechos por eruditos para sus amigos especialistas y expertos, que no suelen pagar su entrada, dejando de lado al visitante medio que conforma el 90% de su público y que SÍ paga su entrada. Es como si sólo se publicaran libros para filólogos, sólo se dieran conciertos para musicólogos o sólo se hicieran películas para profesionales del cine. Romper esta norma supondría caer en el desprestigio, motivo por el cual todos los museos de arte del mundo son iguales. Como ya señaló John Berger, hoy entramos en el museo con la misma actitud de devoción, respeto y sumisión que antiguamente en las iglesias.
Por el contrario, si visitamos la casa de un artista transformada en museo, todo resulta más fácil y agradable, porque es un espacio verdadero, en el que la creación forma parte de la vida.
¿Emoción o erudición?
La misión didáctica del museo es secundaria, y se supedita a planteamientos más sesudos y estéticos; es más importante catalogar, etiquetar, ordenar por escuelas, épocas o temas que emocionar o facilitar al visitante el acceso a cuestiones más sutiles de la creación.
En los museos de arte, lo de menos es llegar al corazón del público, que se emocione y que disfrute. Lo más importante es que resulte una imagen impresionante del poder. Y el visitante no iniciado pasea por sus salas, aplastado por tanta erudición. No es por nada que mucha gente amante del arte los evita porque se siente como en un lujoso cementerio.
Aunque lo que define una obra maestra es su gran capacidad de emocionarnos, un museo que buscara ante todo la emoción sería considerado por los profesionales y la oficialidad ridículo, chabacano y populista.
Si observamos este dilema con atención descubrimos que existe un vínculo milenario entre el arte y el poder. Es más, me pregunto si no vienen juntos.
El arte al servicio del poder
Desde la prehistoria, aparece que las imágenes están relacionadas con la magia, luego con la religión y el poder. Pintores y escultores trabajaron para los faraones, los papas y los reyes. Los artistas pusieron su creatividad al servicio del poder. Con el Romanticismo, los artistas empezaron a buscar la libertad. Pasaron de trabajar para la iglesia y la corte, a complacer a los mecenas eruditos. En el siglo XX, los artistas pretendieron liberarse de los certámenes oficiales o Salones del siglo anterior, pero en realidad pasaron a depender de los marchantes burgueses y de sus contactos con los coleccionistas aristócratas o millonarios de la industria. Ahora los galeristas y coleccionistas están siendo reemplazados por las fundaciones de grandes bancos y empresas, que son los principales clientes de los artistas contemporáneos.
¿Emoción o erudición?
La misión didáctica del museo es secundaria, y se supedita a planteamientos más sesudos y estéticos; es más importante catalogar, etiquetar, ordenar por escuelas, épocas o temas que emocionar o facilitar al visitante el acceso a cuestiones más sutiles de la creación.
En los museos de arte, lo de menos es llegar al corazón del público, que se emocione y que disfrute. Lo más importante es que resulte una imagen impresionante del poder. Y el visitante no iniciado pasea por sus salas, aplastado por tanta erudición. No es por nada que mucha gente amante del arte los evita porque se siente como en un lujoso cementerio.
Aunque lo que define una obra maestra es su gran capacidad de emocionarnos, un museo que buscara ante todo la emoción sería considerado por los profesionales y la oficialidad ridículo, chabacano y populista.
Si observamos este dilema con atención descubrimos que existe un vínculo milenario entre el arte y el poder. Es más, me pregunto si no vienen juntos.
El arte al servicio del poder
Desde la prehistoria, aparece que las imágenes están relacionadas con la magia, luego con la religión y el poder. Pintores y escultores trabajaron para los faraones, los papas y los reyes. Los artistas pusieron su creatividad al servicio del poder. Con el Romanticismo, los artistas empezaron a buscar la libertad. Pasaron de trabajar para la iglesia y la corte, a complacer a los mecenas eruditos. En el siglo XX, los artistas pretendieron liberarse de los certámenes oficiales o Salones del siglo anterior, pero en realidad pasaron a depender de los marchantes burgueses y de sus contactos con los coleccionistas aristócratas o millonarios de la industria. Ahora los galeristas y coleccionistas están siendo reemplazados por las fundaciones de grandes bancos y empresas, que son los principales clientes de los artistas contemporáneos.
Al final, pasan los siglos y la situación no cambia.
El arte parece estar unido al poder y al dinero de forma congénita, y el artista parece no poder dejar de ser su lacayo.
Como todos, cada cual a su manera.
Publicado originalmente en:
http://www.laindependientedigital.com/1/post/2011/11/arte-y-poder.html#comments
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no puedo publicarlos inmediatamente, a veces tardo varios días. Time is time, not money. Ten paciencia. Muchas gracias.
Para contacto más personal escríbeme a nomoriridiota@gmail.com
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