Ya empezamos con toda una declaración de cinismo e hipocresía.
Un rey ya no tan joven, envejecido,
sólo, en una sala grandiosa pero sin amueblar, porque un cubre radiador no es un mueble.
Es como si se hubiera sentado en el rellano, en un patio, en una zona de paso.
El rey está de paso por un palacio extraordinario que jamás habita.
Él vive en un palacete decorado por el Corte Inglés, con algunos muebles de IKEA que, probablemente, compró la cigarrera de Vicálvaro, tal y como nos mostró en sus discursos de 2014 y 2021.
Y sólo, sin familia ninguna, se presenta en un espacio grandioso para impresionar, porque tiene miedo, tiene miedo de perder el trono de un reino histórico que no ha sabido cuidar ni proteger, porque sólo piensa en él, en su comodidad y en sus caprichos. El destino de su nación a la que representa se lo pasa por el arco de triunfo.
La única presencia humana es una fotografía de unos voluntarios enfangados.
Esa fotografía es la prueba de su delito.
Los voluntarios fueron a Valencia precisamente porque el ejército de Su Majestad NO FUE A AYUDAR. Pero, como no es inteligente, se ha pillado los dedos: quería rendirles homenaje como prueba de su gran humanidad cuando es el reconocimiento de que su ejército los abandonó en el fango y la desolación.
En el fondo a la izquierda, casi tapado por el indefectible y protestante árbol de Navidad, apenas si distinguimos un pongo irreconocible. Podría ser de los chinos, unas figuritas cualquieras, da igual, no importa que ni se vea ni se reconozca que es la Sagrada Familia.
Esta foto es la expresión de su desprecio a la Fe católica y del abandono criminal de su pueblo.